Del Castillo de Neuschwanstein, seguro que lo habéis visto alguna vez en fotos o en películas, porque es el castillo que inspiró a Walt Disney para crear el de la Bella Durmiente. Pero os aseguro que verlo en persona es una experiencia única e inolvidable en esta zona del sur de Alemania.

Neuschwanstein
Castillo de Neuschwanstein (licencia Pixabay)

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Castillo de Neuschwanstein (licencia Pixabay)

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El Castillo de Neuschwanstein se encuentra en los Alpes bávaros, cerca de la frontera con Austria. Lo mandó construir el rey Luis II de Baviera en el siglo XIX, como un refugio donde vivir sus fantasías románticas y artísticas. Era un gran admirador de la música de Richard Wagner y quiso rendirle homenaje con este castillo, lleno de referencias a sus óperas y leyendas medievales.

Para visitar el castillo hay que comprar las entradas con antelación, porque suele haber mucha demanda. Se puede llegar en coche, en tren o en autobús desde Múnich o desde Füssen, el pueblo más cercano. El castillo está situado sobre una colina rocosa y se puede subir andando, en carruaje o en autobús. Yo os recomiendo ir andando, porque el paseo es muy bonito y se pueden disfrutar de unas vistas espectaculares del paisaje.

Castillo de Neuschwanstein (licencia Pixabay)

La visita al interior del castillo dura unos 35 minutos y se hace con un guía que explica la historia y los detalles de cada sala. El castillo tiene unas 200 habitaciones, pero solo se pueden ver unas 15, porque el resto no se terminaron o no se abren al público. Aun así, merece la pena entrar y ver la riqueza y la originalidad de la decoración, con pinturas murales, mosaicos, tapices, esculturas y muebles de gran valor artístico.

Neuschwanstein, el «castillo del rey loco»

Algunas de las salas más impresionantes son la sala del trono, que tiene una cúpula estrellada y un suelo de mosaico con los símbolos de los reinos cristianos; la sala de los cantores, que imita una iglesia gótica y estaba destinada a albergar conciertos. El dormitorio del rey, que tiene una cama con dosel tallada con motivos florales y una chimenea con forma de cisne; y la gruta artificial, que recrea una cueva con estalactitas y una cascada iluminada.

El castillo también tiene algunas curiosidades tecnológicas. Como un sistema de calefacción central, una cocina moderna, un teléfono móvil (con un alcance de seis metros). Una red eléctrica que permitía encender las lámparas desde la cama del rey.

Neuschwanstein
Castillo de Neuschwanstein (licencia Pixabay)

Después de visitar el castillo, os recomiendo dar un paseo por los alrededores y disfrutar de la naturaleza. Hay varios miradores desde donde se puede contemplar el castillo desde diferentes ángulos y hacer unas fotos increíbles. Uno de los más famosos es el puente de María (Marienbrücke), que cruza sobre el desfiladero de Pöllat y ofrece una vista frontal del castillo. Otro es el mirador Tegelberg, que se puede alcanzar en teleférico o a pie y ofrece una vista panorámica del castillo y los lagos.

También podéis aprovechar para visitar el Castillo de Hohenschwangau, que está justo enfrente del de Neuschwanstein y fue donde Luis II pasó su infancia. Es menos espectacular que el otro, pero tiene su encanto y su historia. Y si os queda tiempo, podéis daros un baño o un paseo en barca por los lagos Alpsee o Schwansee, que son muy bonitos y refrescantes.

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Cualquier época del año es propicia para su visita. Desde los paisajes nevados del invierno, hasta el colorido efervescente de la primavera, como la explosión de colores en el otoño.

En definitiva, el Castillo de Neuschwanstein es un lugar que hay que ver al menos una vez en la vida. Es una obra maestra de la arquitectura romántica y un testimonio de la personalidad fascinante y trágica del rey Luis II, que murió sin ver su sueño terminado. 

Rafael y María

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